En estos días cumpliremos tres
meses de estar aquí en Filipinas. Muchos sentimientos vienen al corazón:
alegría, esperanza, riesgo, pero también mucho miedo. Quizá también María experimentó miedo y por
eso, el saludo del ángel iniciaba diciendo: “No temas María” (Lc. 1,30).
Lo hemos puesto todo en las manos de Dios:
nuestras vidas, profesiones, familia, país de origen, cultura, idioma, amigos,
apostolado y hemos querido confiar plenamente en El. Lo hemos dejado todo y tenemos
la certeza de que El lleva la obra. Pero ¿Por qué experimentamos miedo?
Tenemos miedo ante los cambios
tan drásticos que hemos pasado, miedo ante las diferencias culturales que
vivimos, miedo ante el futuro de nuestros hijos, miedo a no poder expresarnos
en otro idioma, miedo ante la situación económica, miedo a no saber cómo será
esto…
Muchas luchas interiores también
están presentes en la vida misionera. A
veces creemos que las principales dificultades que enfrentamos son el cambio de
país o de cultura, pero no es verdad, la principal dificultad somos nosotros
mismos y nuestros miedos.
Nos hemos acostumbrado a mirar el
mundo desde una estructura donde todo está clasificado: buenos y malos, ricos y pobres, americanos y
asiáticos, creyentes y no creyentes, etc. El Señor nos está ensanchando el corazón y nos
quiere enseñar otros criterios para mirar a nuestro alrededor: Sus ojos de Padre.
Y nos seguimos preguntando ¿por qué hay miedo? Y poco a poco, descubrimos
que nos resistimos a romper las estructuras que nos impiden mirar al hombre
como Dios lo mira. Estas estructuras humanas generan miedo porque cada uno se
esconde detrás de la bandera que defiende.
Estructuras que nos impiden ver que detrás de ese muro que ponemos para
defendernos, se encuentra un hermano.
Muchas veces nos hemos preguntado
¿Por qué será que Dios nos trajo a Filipinas? Muy probablemente hemos venido
para que El rompa nuestros esquemas tan estrechos. Sabíamos en la teoría que cada hombre es
nuestro hermano y hasta lo habíamos predicado, pero creemos que hemos llegado
aquí para aprender a vivirlo.
Es alarmante la violencia que se
enfrenta en muchos países, incluso en la propia isla en la que vivimos hay
problemas muy fuertes entre musulmanes y católicos. En esos momentos de miedo y de dolor, resuenan
en el corazón las palabras de San Juan: “En el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor”
(I Juan 4,18). ¿Cómo enfrentar los
miedos? ¿existe el amor perfecto? El
Amor no es una utopía o un sentimiento, el Amor es el nombre de Dios. Sólo un amor como el del Padre nos permite ver
a los demás como hermanos y no como una amenaza.
Ayúdanos Señor a vencer los
miedos que nos separan, los miedos que nos dividen, que generan guerras, ataques, violencia. Los miedos que hemos
convertido en murallas y que nos impiden vernos como auténticos hermanos, hijos
de un mismo Padre. Tú que eres el Amor
perfecto, enséñanos a amar sin miedo.