“Después de la tempestad, viene la calma” Dice la sabiduría
popular. De esa forma lo hemos
experimentado en estos días. Hemos
tenido momentos muy difíciles de retos, sueños, miedos, proyectos, lenguaje,
cultura… y ahora, el Señor trae la calma a nuestros corazones.
Es una especie de paga que el Espíritu nos da: la paz. Esa paz que el mundo no puede dar, sólo en
Dios se encuentra. La paz de
experimentar que vivas lo que vivas, enfrentes lo que enfrentes, estás haciendo
la voluntad de Dios.
Ayer, fuimos evangelizados por los más grandes constructores
de paz: ¡Los niños!
Organizamos una “pequeña reunión” para celebrar el
cumpleaños de nuestro hijo menor , pensábamos en una cena sencilla y la
sorpresa fue descubrir el sentido de la fiesta en los filipinos: música,
comida, baile, fotos, regalos, niños y niños por todos lados. Este es el ambiente propio de la cultura
filipina: compartir la paz, celebrando la vida.
Hubo un momento especial de la fiesta donde les propusimos
el juego de las sillas que tanto solemos jugar en México. ¿lo recuerdan?
Consiste en acomodar una hilera de sillas con una cantidad inferior a las
personas que van girando alrededor de ellas al ritmo de la música. Cuando la
música termina, alguien se queda fuera y los demás siguen jugando.
Sin embargo, este juego no se puede jugar en Filipinas.
Cuando terminó la canción y era el momento de “sacar” al que se había quedado
sin silla, una niña acercó una silla más y le invitó a sentarse para que
siguiera el juego. Todos reímos y siguió nuevamente la música, había que
“sacar” a otro más para continuar con el juego. La misma niña, volvió a tomar
otra silla para seguir jugando. Nos
quedó claro: En esta cultura nadie es excluido, todos son importantes.
Terminando la fiesta, me puse a reflexionar como es que
nuestra cultura occidental nos enseña la competitividad, “sacar a otros del
juego”, dar premio a los “ganadores” que
sacan a los demás del juego… El
contraste con los filipinos está confrontando mis esquemas egoístas,
competitivos y elitistas, propios de la cultura occidental.
El filipino suele incluir a todos: Siempre cabe uno más en
el jeepney, en la motorela, en la familia, en el juego, en el grupo “barkada”. Nadie queda fuera porque todos son parte de
la familia.
Y después del juego,
cuánto me hubiera gustado que vieran la mirada de esta niña: su rostro
irradiaba tanta alegría. Es la alegría
del que trabaja por la paz, con un corazón descomplicado y fraterno. Sin darse cuenta, esta pequeña niña de 4 años,
Louise, nos estaba evangelizado profundamente a todos.
No cabe duda, hemos venido a Filipinas con título de
“formadores” pero estamos siendo formados por estos pequeños niños que nos
están enseñando lo que es “trabajar por la paz” como verdaderos hijos de Dios.
(Mt. 5,9)
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