martes, 15 de julio de 2014

Un año en Filipinas. Primera parte.

Filipinas,  Junio 24 del 2014.
Hola familia!!!  Hoy cumplimos un año que salimos de México ¿Cómo olvidar tantos sentimientos en el corazón? ¿Cómo olvidar el deseo profundo de hacer la voluntad de Dios que nos movió a tomar tan arriesgada decisión? Y ahora... ¡¡Estamos aquí!!!!  Salimos un 24 de junio porque entendimos que como Juan el Bautista, Dios nos llamaba a "preparar el camino al Señor" en el continente asiático. Vimos la necesidad de formar a personas que se han  experimentado llamadas  a evangelizar: "Como voz que grita en el desierto" en un continente que tiene un porcentaje de católicos de apenas un 2%.  
 
 
 
Se vienen a la mente los abrazos de despedida, las lágrimas ante el adiós a nuestras familias y amigos ... Y hoy estamos aqui, sedientos de hacer la voluntad de Dios. Es la sed de la que habla Jesús en las bienaventuranzas, sed que no viene de nosotros, sed que viene de Dios: "Dichosos los que tienen hambre y sed de hacer la voluntad de Dios porque serán saciados" (Mt. 5) Sólo esa sed la pone Dios mismo en el corazón, como fuego ardiente, como llama que consume el corazón desde dentro hasta convertirlo en una única llama ardiente fraguada con la Palabra de Dios que se graba cada día en lo profundo del corazón.
 
 
Esa sed nos trajo a Filipinas, sed de estar donde Él quiere estar, sed de amar a los que El ama, sed de entregar la vida por los que Él la entrega. El capítulo de Juan 12 fue guiado cada uno de nuestros  pasos y decisiones: "Si el grano de trigo se entierra y muere dará mucho fruto...donde Yo estoy quiero que esté mi servidor...cuando esté en la cruz atraeré a todos hacía Mi". Estas palabras  se fueron metiendo en nuestro corazón y no pudimos decirle que no. No pudimos resistir a su fuerte llamada para estar entre los que Él tanto ama: Los pobres, los humildes y sencillos.
Ha sido  un año muy difícil, morir a nuestra cultura, forma de ver  la vida, a nuestro idioma, a nuestras seguridades económicas y confiar en la Providencia de nuestro Padre que promete que a todos los que se dedican a buscar el Reino, Él les dará las añadiduras.
 
 
 
Podría asegurar que nuestro Padre nos ha brindado todo lo que nuestra familia necesitaba: a nivel espiritual, económico, intelectual y material. Él sabe mejor que nosotros lo que necesitamos. En apariencia, dejamos cosas, padres, hermanos, seguridades... Pero hemos ganado en apertura, desprendimiento, en libertad interior, en dialogo familiar, en humildad..
 
 
 
Incluso, cada uno de nuestros hijos ha vivido este difícil proceso de adaptación, sacando a flote lo mejor de ellos mismos: madurando, optando, acogiendo, valorando y agradeciendo. Muchas situaciones, con lágrimas en los ojos, hemos escuchado repetidamente el pasaje de Isaías: "Grande será su felicidad y prosperidad, tus hijos tienen un porvenir lleno de esperanza" y lo hemos creído, a pesar de que a ojos humanos todo indicaba lo contrario.
 
 
 
Como el Padre no le evitó a su Hijo la cruz, entendimos enseñar a nuestros hijos  a ensanchar su corazón, abrir su horizonte universal y luchar juntos, para que la Palabra se haga carne y habite entre nosotros. (Jn. 1,14).
 
 


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