jueves, 17 de julio de 2014

Un año en Filipinas 2a parte. La Vida familiar

 
Es un reto intentar expresar en un texto las emociones, vividas durante el año de estancia en Filipinas; lo primero que brota del corazón es un sentimiento de gratitud por un año lleno de experiencias  vividas en familia, a final de cuentas este fue uno de las principales motivaciones en nuestra decisión de salir del país como misioneros en otro continente.  Nosotros nos conocimos de misiones con los indígenas mixes y siempre en nuestro corazón estaba la inquietud de seguir una vida misionera, cuando nos comprometimos en la Comunidad Verbum Dei en gran parte fue por el deseo de responder a esta llamada tan fuerte en el corazón.



No es sencillo  comprender nuestra opción, de verdad es un fuego que quema como lo dice el profeta Jeremías (Jer. 20,9) y aunque uno lo quiere apagar o renuncia a él este fuego sigue quemando. En momentos parece que está apagado, después de 20 años de vida misionera en nuestro país, casi 10 años con un trabajo estable e hijos en la adolescencia, parece que es el momento menos apropiado, pero el fuego se enciende con una fuerza mayor que antes y somos conscientes, de que nuestra etapa familiar con hijos en casa será muy breve por lo que experimentamos la urgencia conscientes de todos los retos que esto implica de salir de misión como familia.
 
 
 


Después de una año el balance es positivo, no ha sido sencillo como lo pueden imaginar, pero ha sido muy enriquecedor, ha sido un año de ensanchar el corazón comenzando con la familia; hemos tenido la oportunidad de reencontrarnos cada uno de nosotros, de recuperar la alegría de vivir juntos, de valorar como nunca el hogar donde podemos nutrir nuestras fuerzas y encontrar el aliento que necesitamos para seguir, de conocernos y comprendernos.
 
 
 
 
Hay muchos datos anecdóticos sobre esto, los primeros días con las actividades de bienvenidas, reuniones, escuelas etc.  Comenzar a oír inglés todo el día o el Bisaya, recuerdo que los hijos llegaban a casa después de la escuela y decían: ¡por fin español! .
 
Cuando salíamos juntos a algún centro comercial (que por cierto es de las pocas opciones que se tienen aquí para salir como familia dentro de la ciudad no hay muchos espacios de recreación) es muy evidente que somos extranjeros, por lo que por donde caminamos siempre las miradas son de sorpresa y admiración cuando nos ven a todos juntos, algunas disimuladas pero la gran mayoría muy obvias.  Al principio es un poco incómodo, pero nos hemos acostumbrado.
 
 
 
 
Durante el verano hacen cortes de la electricidad durante varias horas así que sin luz y con un calor tremendo por más de 7 horas, en una de esas ocasiones terminamos todos en el suelo a obscuras platicando muy agradablemente.
 
Por las edades de nuestros hijos en México, había días que no tomábamos ninguna comida todos juntos porque cada quien tenía diferentes actividades o salidas con los amigos, este primer año en Filipinas ha sido un año de casi todos los días tomar al menos dos comidas juntos, lo que se ha convertido en un tiempo de familia fabuloso, hemos tocado temas muy interesantes, hemos reído, hemos llorado, ha sido algo que no cambiaría por nada.
 
 
 
 
A inicios de este año salimos de Filipinas: Adriana a Mexico y Poncho a España en diferentes fechas y es sorprendente al regresar a Filipinas tener esa sensación de que estás regresando a “casa” . Porque casa no es un lugar, son las personas es tu comunidad nuclear, el lugar donde puedes abrir tu maleta y descansar plenamente física y emocionalmente.
 
 
 
 

Este año también se ha hecho muy evidente en nosotros la conciencia de que la familia es una realidad muy fuerte pero las etapas y la dinámica familiar es temporal. Es cierto que en los primeros años de la vida, marcan mucho para toda la vida las relaciones familiares, pero también es cierto que llega un momento en que los papás pasamos a un lugar diferente y los hijos son los protagonistas de su propia vida, con sentimientos, caracteres, formas de ver el mundo y la vida propias y por lo tanto diferentes a las nuestras. Este año he aprendido a orar por mis hijos. Creo que nunca había orado tanto por ellos cada día al menos un misterio del rosario y muchos otros momentos ofreciendo y pidiendo por ellos porque soy consciente que muchas cosas no dependen ya de mí. Y estoy convencido de que Dios es un padre bueno que sabe lo que cada uno necesita.


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