Queremos agradecerles a todos ustedes la preocupación
que nos han manifestado en estos días que se han vivido fuertes temblores en
las Islas Filipinas. Gracias por sus manifestaciones de cariño, por sus
oraciones y por todos los detalles que nos manifiestan su cercanía, a pesar de
la distancia.
Para nosotros no ha sido fácil vivir estos momentos. Las
consecuencias del temblor en la isla de Bohol son tan grandes que hay muchas
personas fuera de sus hogares por miedo a que se vuelva a repetir.
Muchos templos construidos en los primeros siglos de
evangelización española fueron destruidos por la magnitud del temblor. Además de poblaciones incomunicadas porque se
destruyeron algunos puentes. Nos sorprende la manera tan normal en la que
nuestros hermanos filipinos enfrentan esos desastres naturales: temblores,
tifones e inundaciones frecuentes.
La muerte es parte de la vida, porque convivimos con
ella en todo momento. Aprendes a vivir
cada día con más agradecimiento porque te das cuenta que cada día es un regalo
de Dios.
En estos días, al ver el periódico me estremecía con las
imágenes de los templos hechos “ruinas” prácticamente convertidos en nada,
lugares históricos desde los años 1500 o 1600.
Me sorprendió bastante una foto en la que en la parte inferior decía:
“milagro” y observé con detenimiento.
Era la foto de una capilla destruida totalmente y en
medio de todas las rocas estaba la estatua de la Virgen María llena de tierra,
pero con los brazos juntos en posición de oración. La gente de esa isla se
preguntaba ¿cómo es posible que todo el templo se destruyó y la estatua
permaneció intacta?
Cuándo escuchaba las preguntas, en mi corazón recordaba
la frase de la Virgen de Guadalupe cuando le expresa a Juan Diego en el Tepeyac:
“¿No estoy yo aquí que soy tu Madre? ¿No estás acaso en el cruce de mis brazos?
No tengas miedo”
Experimenté una la llamada a la confianza y el abandono
en las manos de Dios, a través de la ternura de María. Esas palabras han llenado de paz y consuelo mi
corazón.
El Señor nos está llamando a vivir, caminar, sufrir y
entregar la vida al lado de nuestros hermanos filipinos. Sólo así será creíble
el Evangelio que les predicamos. Sólo así, la Palabra se hará carne, en medio de nuestra gran
fragilidad humana.
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